El efecto invernadero que propicia el calentamiento global tiene como propulsores a un grupo de gases que según el Protocolo de Kyoto son: el vapor de agua, dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, perfluorocarbonos, hidrofluorocarbonos y hexafluoruro de azufre.
A partir del último reporte del grupo internacional de expertos en cambio climático denominado Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), se reitera una clara y severa advertencia en el sentido de que los niveles de gases de efecto invernadero (GEI) de procedencia antropogénica, se han incrementado acentuadamente desde los inicios de la llamada revolución industrial (a partir de la segunda mitad del siglo XVIII), derivado de lo cual nuestro planeta confronta actualmente altas temperaturas que podrían incrementarse a finales del presente siglo, de 1.8° C a 4° C en el escenario más favorable, y hasta 6° C en el peor de los casos.
Estas elevaciones de temperatura podrían parecer de poca monta, considerando que en este país sufrimos variaciones similares o mayores en algunos meses del año o incluso de una semana a otra. Sin embargo, el IPCC está refiriéndose a las temperaturas medias globales, las que tienen la sensibilidad de cambiar la llamada línea de equilibrio que separa las franjas de permahielo y de pérdida de masa por fusión, también esas variaciones de temperatura pueden cambiar los ecosistemas, hacer variar los patrones climáticos y un largo etcétera.
El reporte de referencia, denominado AR4 (Assessment Report 4) publicado en 2007, agrega que en los últimos años se han observado numerosos cambios de largo plazo en el clima, tanto a escala continental como regional y de cuencas oceánicas. Estos cambios se relacionan con las temperaturas y el comportamiento de los hielos polares, variabilidad en las cantidades y temporadas de precipitación, salinidad marina, patrones de viento y condiciones meteorológicas atípicas tales como lluvias torrenciales inesperadas, sequías, olas de calor y la intensidad de ciclones tropicales.
Las consecuencias en algunas partes del mundo son la extensión de las sequías y hambrunas en vista de que la tierra cultivable y las fuentes de agua se secan, mientras que en otras partes se padecen inundaciones. En ambos casos, se perfila la ocurrencia de centenares de millones de refugiados climáticos, expresión ésta, que por primera vez se utiliza y se advierte en esas proporciones; así como también, por primera vez la totalidad del mundo enfrenta al unísono el mismo gran desafío de carácter ambiental, lo cual debería preocuparnos a todos y cada uno por igual.
ENTENDIENDO EL FENÓMENO
El IPCC, ha sugerido acciones y apoyos inmediatos para mitigar el cambio climático y para adaptarse a las inevitables consecuencias, así como también ha identificado vulnerabilidades donde hay que dedicar atención prioritaria. Empero, para combatir los impactos es menester, primero, entender el fenómeno
De entrada, debe tenerse conciencia que las actividades humanas (industria, transporte, agricultura, etc.) están arrojando enormes cantidades de GEI a la atmósfera que provocan el incremento del llamado efecto invernadero, el cual es un fenómeno físico natural que se ha presentado en la tierra por millones de años, beneficiándola con la regulación del clima, con una temperatura media global de 15° C, que hace posible la vida en el planeta. Sin ese efecto invernadero natural la temperatura media sería de algo así como -18° C.
A menudo se nos hace creer que el efecto invernadero y el calentamiento global son agentes perniciosos, cuando en realidad sin ellos no sobreviviríamos en la gélida temperatura bajo cero que se acaba mencionar. El aspecto negativo, de sobrecalentamiento excesivo, ocurre cuando al efecto invernadero natural se le añaden los gases subproducidos por las actividades humanas.
El efecto invernadero que propicia el calentamiento global tiene como propulsores a un grupo de gases que según el Protocolo de Kyoto son: el vapor de agua (H2O), dióxido de carbono (CO2), metano(CH4), óxido nitroso (N2O), perfluorocarbonos (PFC), hidrofluorocarbonos (HFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).
En forma muy general se puede explicar el efecto invernadero de la forma siguiente: la superficie del planeta tierra recibe constantemente radiación solar de onda corta, la cual es distribuida mediante circulaciones oceánicas y atmosféricas como parte de un proceso de compensación de las diferencias térmicas que ocurren en las zonas terrestres, Una parte de esa radiación, transformada en energía de onda larga (calor), también llamada radiación infrarroja, es reemitida naturalmente hacia el espacio manteniéndose así el balance entre la energía entrante y saliente del planeta.
Este equilibrio puede ser alterado debido a la variación de energía recibida del sol y por su distribución sobre la tierra, o bien a causa de la interferencia en la energía de onda corta reemitida.
Según los científicos del IPCC, esto último está ocurriendo debido a la cada vez mayor concentración de gases de efecto invernadero emanados por fuentes de origen humano (quema de combustibles fósiles, deforestación, incendios forestales, tiraderos de basura, entre otras fuentes).
La acumulación de GEI en la atmósfera interfiere la ruta de la energía calórica que trata de escapar al espacio, ocasionando un proceso cíclico que incrementa paulatinamente el calentamiento del planeta.
El conocimiento de este fenómeno no es nada nuevo, pues el físico y matemático francés Joseph Fourier publicó en 1827, un ensayo donde planteó el efecto de los gases atmosféricos como facilitadores para retener calor, bosquejando lo que ahora se conoce como efecto invernadero, pero como todavía no se había inventado este término, ni tampoco se había descubierto la radiación infrarroja, él le llamó “calor oscuro”.
Aún cuando Fourier publicó su teoría a principios del siglo XIX, fue hasta finales de dicho siglo cuando se aplicó experimentalmente este principio a los cambios del clima de la tierra. El químico sueco Svante Arrhenius se basó en el fenómeno de efecto invernadero para explicar la razón de ser de las edades de hielo ocurridas en este mundo, y especuló que el incremento de bióxido de carbono podía propiciar el aumento del calor de la tierra. Doblando los niveles de CO2, aseguró Arrhenius en 1896, la temperatura podrá subir unos 6° C; esta cantidad es, por cierto, muy cercana a la que pronostican algunos de los modelos climáticos globales de la actualidad, los que utilizan supercomputadoras para hacer sus cálculos.
EL EFECTO INVERNADERO ANTRÓPICO
Antes de la revolución industrial, que se inició por 1750, los niveles de CO2, que es el principal gas de efecto invernadero en proporción y permanencia en la atmósfera, eran de 280 partes por millón por volumen (ppmv), en la actualidad son ya más de 380 ppmv, lo cual se atribuye a la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural), que al quemarse liberan el carbono absorbido por los organismos que originaron estos combustibles hace millones de años.
Importancia relativa de los GEI (proporción mundial) |
La concentración de CO2 en épocas remotas (centenares de miles de años), se ha estudiado a partir de muestras de hielo extraídas de las profundidades del permahielo (permafrost, en inglés) marino, determinándose que en este largo periodo de tiempo no hubo niveles de concentración de CO2 mayores a los de la actualidad.
Pero lo que alarma a los científicos es que ese incremento de CO2 es de tal cuantía y velocidad que la biosfera no puede absorberlo, dejando a nuestro planeta sin posibilidad de adaptarse.
El fenómeno del cambio climático propicia una retroalimentación positiva que aumenta aún más el calentamiento global, lo que a su vez acelera el derretimiento de las capas de hielo de los polos y glaciares de montaña, el agua resultante contribuye al incremento del nivel de los mares y a la escasez de agua potable en poblaciones que dependen de esa fuente. Además de este resultado, al fundirse los hielos, se liberan las burbujas de dióxido de carbono y metano que estuvieron atrapadas por millones de años, acelerándose el proceso aún más con la presencia adicional de estos GEI.
Si fuera posible apartar las implicaciones políticas y económicas, y asumiendo hipotéticamente que el día de hoy se acabaran las emanaciones de gases de efecto invernadero, el proceso del calentamiento global no podría ser detenido, ni siquiera a lo largo del presente siglo, pues la permanencia en la atmósfera terrestre de los GEI (que es diferente para cada uno de ellos), se prolongaría aún por siglos y en el caso de algunos, por milenios, disipándose lentamente hasta alcanzar los niveles de equilibrio.
Pero como en la práctica esta hipótesis no es posible, sólo queda introducir medidas de mitigación (disminución de las emanaciones de GEI y estrategias para su captura); de adaptación (reducción de los impactos causados a la población, adecuando la vida a las nuevas condiciones) e identificación de áreas de vulnerabilidad por la intensificación de los eventos climáticos extremos.
Algunas formas de mitigación naturales son la racionalidad en el uso de la energía proveniente de combustibles fósiles, las zonas arboladas que absorben carbono para su proceso de fotosíntesis y el plancton de los océanos que también requiere ese elemento. Otra medida artificial es la captura de carbono en instalaciones generadoras de energía o la disminución en la quema de combustibles fósiles, en cuyo caso las fuentes renovables de energía juegan un papel coadyuvante al proceso de mitigación, lo cual ya ocurre en varios países incluido el nuestro.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
En el reducido espacio de que dispongo, sólo puedo agregar que el camino para combatir el cambio climático en todas sus facetas es a través de acciones decisivas, concertadas y sustentadas entre gobiernos, empresarios y consumidores. Esto implicará el freno del crecimiento de la demanda de energía fósil y la reorientación del abasto hacia energías renovables, así como la reestructuración de innumerables sectores de la economía del planeta.
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