Por José Gerardo Guarisma, Rector de la Universidad Bicentenaria de Aragua
Día a día observamos las preocupantes informaciones sobre el ambiente en todo el mundo. El calentamiento global, la contaminación ambiental, el agotamiento de las fuentes de agua dulce, la disminución alarmante de bosques y selvas, la extinción de especies, el incremento de las enfermedades de la piel, la disminución y consecuente carestía de los alimentos, la pérdida del potencial hidroeléctrico de grandes cuencas debido a la baja pluviosidad, todo conduce a pensar que nuestra civilización debe cambiar, no sólo en un país ni en un conjunto de ellos, sino en todos los países del mundo.
Es algo que trasciende cualquier cambio de sistema: Se trata de afrontar con conocimiento y tecnología un cambio de civilización en este escenario globalizado. No es sólo un problema de Estado, es mucho más que eso. Es un problema de cultura. De crear la cultura del conocimiento y de aplicarla en el día a día. Que esa cultura permita a todos los pueblos de la Tierra, vivir en forma sostenible con economías sustentables.
Un aprendizaje es claro. La industrialización basada en los combustibles fósiles nos permitió crecer al nivel que tenemos hoy en día. Pero esa misma industrialización planteada a escala intensiva y extensiva, basada en el falso supuesto de la inagotabilidad de los recursos naturales, ha creado una enfermedad ambiental de amplio espectro que se ha propagado como la mayor plaga que haya existido en nuestra historia como especie.
Eso indica que la industrialización fundamentada en la combustión del carbono atenta contra la vida en todo el planeta. El carbono es el elemento fundamental de la vida como la conocemos; el elemento que por su versatilidad físico-bioquímica es capaz de enlazarse con otros elementos para crear literalmente la vida a través de los compuestos orgánicos que forman los aminoácidos y las proteínas que la hacen posible.
Cuando se utiliza a la propia vida para crear energía, pareciera que disminuye su potencial y se apunta a su extinción. Porque el árbol de la vida está formado por moléculas carbonadas en su más amplia diversidad. Al destruir estos enlaces, se está acabando con la propia vida de la cual somos manifestación. Y al hacerlo, se están también agotando los ecosistemas y recursos naturales que se organizaron alrededor de la propia vida para existir.
Para muchos, esto parece muy difícil de comprender. Al contrario de lo que se pudiera pensar, creo con firmeza que a través de una profunda y extendida educación ambiental, se obtendrá la respuesta que se necesita para vencer al flagelo.
Venezuela, aunque a muchos les cueste tomarla como ejemplo, es una buena muestra de ello, porque a través de campañas escolares de salubridad pública fue como pudimos derrotar a la malaria que nos diezmaba la tercera parte de la población.
En esta oportunidad, el reto es aún mayor, pero la clave del éxito estratégico y táctico se encuentra en el mensaje y acción que llegue a la juventud de todo el mundo, el actor fundamental que se requiere para motorizar el futuro sostenible.
En primer lugar, se puede comenzar por cambiar los hábitos de vida. Dejar de utilizar el vehículo, caminar con frecuencia colocando a tono los músculos, huesos y órganos vitales mediante el ejercicio físico. Dejar de ingerir comida chatarra y sustituirla por una nutrición sana, baja en grasas y colesterol. Además, la elaboración de la comida chatarra aumenta la emisión de metano y de propano a la atmósfera contribuyendo a su calentamiento, por lo que existe no sólo una razón personal para dejar de ser obesos sino también una responsabilidad ambiental.
A estas alturas del siglo XXI, ya es tiempo de reivindicar a las energías que se usaban antes de los combustibles fósiles, pero que en el afán de modernidad y economía, se dejaron atrás. Una de ellas es la energía eólica, que impulsó la molienda de los cereales que permitió el crecimiento de Europa. Otra es la energía solar, la fuente de todas, la que se cuenta con abundancia en nuestro país tropical pero que no se aprovecha como tal.
La propia energía geotérmica que se encuentra en nuestro suelo en la propia superficie, serviría para alimentar a nuestras casas. Cuando sale el agua caliente a 50 o más grados centígrados directamente de una tubería que no tiene calentador, nos percatamos que hasta esas tuberías podrían convertirse en el esqueleto de una distribución energética más inteligente, si tuviéramos una visión de mayor conexión de los servicios.
En relación al tipo de construcción en las ciudades, también los criterios deben cambiar. Se deben utilizar mejor los espacios verticales, promoviendo jardinerías y huertos en terrazas y azoteas, mayores espacios para la recreación y el ejercicio físico, humanizando el espacio disponible.
Los materiales de construcción deben ser aislantes del calor y con superficies susceptibles de ser utilizadas en la captación de energía. Se deben evitar los materiales emisores de carbono o que promuevan recalentamiento como el concreto. Las fachadas de edificios deben tener cámaras de aire para disminuir la transferencia de calor por conducción y mejorar su disipación por convección, optimizando el uso de la energía que llega por radiación directa.
De esa manera se promovería una mayor eficiencia para la ventilación directa. Materiales como la arcilla y el barro se podrían aprovechar mejor en lo que a sus características físico-mecánicas y térmicas se refiere. Un elemento muy importante a considerar en los proyectos habitacionales nuevos, es procurar trabajar con un máximo de reciclaje y cero desechos de carbono como se está realizando en el Proyecto Masdar en Abu Dhabi, asentamiento con capacidad para albergar unas 50 mil personas y 1 500 negocios.
En ese ejemplo, la población utilizará energía solar y sus residentes no se desplazarán en automóviles, sino en cabinas que se moverán sobre cintas magnéticas. Sus edificios se construyen con bajo consumo de energía, con aire acondicionado natural generado por torres de viento. El agua provendrá de una planta desalinizadora impulsada por energía solar. La población necesitará solo una cuarta parte de la energía que requiere una comunidad de ese tamaño, mientras que las necesidades de agua serán 60% menores.
Masdar se planifica para convertirse en la primera ciudad con cero emisiones de CO2, cero desechos y hasta cero carros. La electricidad será generada por paneles fotovoltaicos. Para refrescar la ciudad se utilizarán unas torres eólicas que expulsarán el aire caliente de la ciudad, el proceso de desalinización del agua funcionará con energía solar, los espacios públicos recibirán agua proveniente de la moderna planta de tratamiento de aguas negras. Proyectos de este tipo son los que la humanidad requiere para auspiciar un futuro sostenible desde el presente.