La NASA informó que por primera vez se tiene evidencia de que el agujero en la capa de ozono está disminuyendo, hito que se alcanzó gracias a la aplicación del Protocolo de Montreal y el compromiso de las naciones y empresas para erradicar las emisiones de clorofluorocarbonos, entre otros factores. Sin embargo, aún falta mucho por hacer para que esta barrera natural se recupere en su totalidad
Hugo León Morales
A través de observaciones satelitales directas del agujero de la capa de ozono, científicos de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) comprobaron que los niveles de cloro que destruyen el ozono disminuyeron hasta 20 por ciento, en comparación con datos obtenidos durante el invierno antártico de 2005.
El artículo “Decline in Antarctic Ozone Depletion and Lower Stratospheric Chlorine Determined From Aura Microwave Limb Sounder Observations”, publicado en enero pasado en la revista Geophysical Research Letters, “es el primero en usar medidas de la composición química dentro del agujero de ozono para confirmar que, no sólo está disminuyendo el agotamiento del ozono, sino que es causado por la disminución de los clorofluorocarbonos (CFC), pues los estudios anteriores sólo utilizaban análisis estadísticos”, explicó la NASA en un comunicado.
Los CFC son compuestos químicos de larga vida que eventualmente se elevan a la estratósfera, donde son separados por la radiación ultravioleta del Sol, liberando átomos de cloro que destruyen las moléculas de ozono.
El valor de mantener esta sustancia en la atmósfera radica en que protege la vida en el planeta mediante la absorción de la radiación ultravioleta, potencialmente dañina para la vida de las plantas y el ser humano; tan sólo en este último puede causar cáncer de piel y cataratas, suprimir el sistema inmunológico, entre otros males.
Para determinar cómo el ozono y otros compuestos químicos han cambiado año tras año, los científicos de la NASA utilizaron datos de la Sonda Microwave Limb (MLS), a bordo del satélite Aura, el cual ha realizado mediciones continuamente en todo el mundo desde mediados de 2004.
Dicha sonda tiene una característica muy especial, ya que mientras que muchos instrumentos satelitales requieren luz solar para medir los gases atmosféricos, la MLS registra las emisiones de microondas y, como resultado, puede medir los gases sobre la Antártida durante una época clave del año: el oscuro invierno austral (principios de julio hasta mediados de septiembre), cuando el clima estratosférico es tranquilo y las temperaturas son bajas y estables.
El cambio en los niveles de ozono por encima de la Antártida desde el comienzo hasta el final del invierno austral se calculó diariamente a partir de mediciones de la MLS realizadas entre 2005 y 2016.
Gracias a estas mediciones, los científicos de la NASA descubrieron que la pérdida de ozono está disminuyendo, ahora sólo necesitaban saber si la baja emisión de CFC era la responsable.
La agencia espacial estadounidense afirma que cuando la destrucción del ozono está en curso, el cloro se encuentra en muchas formas moleculares, la mayoría de las cuales no son medibles. Pero después de que éste ha destruido casi todo el ozono disponible, reacciona con metano para formar ácido clorhídrico, un gas medido por la MLS.
“Así medimos todos los compuestos de cloro que se convirtieron convenientemente en un solo gas, por lo que al medir el ácido clorhídrico se tiene una buena medición del cloro total”, detalló Susan Strahan, científica atmosférica del Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland, en el mismo comunicado.
El óxido de nitrógeno o nitroso (l) es un gas de larga duración que se comporta como los CFC en gran parte de la estratósfera, los cuales están disminuyendo en la superficie; sin embargo, éste no lo está. Como consecuencia de esta reducción en la estratósfera, con el tiempo se deberá medir menos cloro para un valor dado de óxido de nitrógeno. Al comparar las mediciones MLS de ácido clorhídrico y óxido nitroso cada año, los especialistas determinaron que los niveles totales de cloro disminuían alrededor de 0.8 por ciento anual, en promedio.
Asimismo, se esperaba una disminución del 20 por ciento en el agotamiento de la capa de ozono durante los meses de invierno de 2005 a 2016, según lo determinado por las mediciones de la MLS. “Esto está muy cerca de lo que nuestro modelo predice que deberíamos ver para esta cantidad de disminución de cloro”, afirmó Strahan.
Este hecho, explicó la investigadora, brinda la “confianza” de que la reducción en el agotamiento de la capa de ozono que ha medido la sonda hasta mediados de septiembre obedece a niveles más bajos de cloro provenientes de los CFC, “pero aún no vemos una disminución clara en el tamaño del agujero de ozono porque está controlado, principalmente, por la temperatura después de mediados de septiembre, que varía mucho de un año a otro”.
A futuro, el agujero antártico debería continuar recuperándose gradualmente a medida que esos refrigerantes abandonan la atmósfera, pero la recuperación completa llevará décadas. “Los CFC tienen una vida útil de 50 a 100 años, por lo que permanecen en la atmósfera durante mucho tiempo. En lo que respecta al agujero en la capa de ozono, prevemos que será para 2060 o 2080. Y, aun así, podría haber un pequeño agujero”, precisó Anne Douglass, una científica atmosférica compañera de Strahan y coautora del estudio citado por la NASA.
Un gran descubrimiento
En entrevista para Mundo HVAC&R, el investigador Ricardo Torres, miembro del Departamento de Ciencias Ambientales de la UNAM y doctor en Ingeniería Ambiental por la Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos, explica que este descubrimiento es de suma trascendencia, puesto que es “evidencia de interpretación de un mecanismo químico en el que las sustancias involucradas en la disminución del ozono tuvieron un origen multinacional, da un voto de credibilidad a propuestas científicas que seguramente al principio no fueron muy bien aceptadas por diversos países por el impacto económico que pudieron ocasionar, pero que a la larga demostró que sólo la cooperación internacional hacia propuestas objetivamente fundamentadas para ayudar a resolver problemas ambientales de escala mundial”.
A pesar de los alcances de los protocolos de Montreal o Kioto, proyectos que ahora brindan un resultado palpable, para el doctor Torres existe “una clara inequidad en los costos y responsabilidades que se han asignado a países en desarrollo o de tercer mundo”, en relación a las naciones que “se les permite tener altas emisiones de estos gases”.
Como ejemplo citó los casos de India y México, pues mientras que al primero se le perdona “utilizar muchísimo carbón de hulla para generar energía porque se argumenta que su población lo necesita, México también está en la lista de ‘perdonados’ con el mismo argumento, cuando sabemos que prácticamente no se hace nada para minimizar las emisiones de forzadores de clima como el dióxido de carbono, metano y otros; aunque en la pasarela mundial se dice lo contrario argumentando cifras de emisiones nacionales inconsistentes o mal calculadas”, detalla el experto.
Por ello, enfatiza la importancia tanto de las empresas como de los ciudadanos para continuar con los avances logrados. “Prácticamente con cualquier actividad que realizamos, seamos empresarios o simples personas, generamos algún perturbador del equilibrio natural de la atmósfera. Muchas veces se culpa a las empresas de no cuidar el ambiente, pero éstas no existirían si no hubiera compradores; el éxito de las compañías se basa en que cada vez haya más personas dispuestas a consumir sus productos, aunque sean un bien no necesario. Ejemplos burdos son la enorme venta de automóviles con motores de alta capacidad, cuando éstos serán utilizados en zonas urbanas de baja velocidad y capacidad de carga. La consecuencia de esta compra sin consciencia es que se utiliza una gran cantidad de combustible a un costo energético ambiental muy alto; sin embargo, muchas personas buscan este tipo de vehículo por una cuestión social aun sabiendo que se convierten en parte de un problema ambiental”, destaca el especialista en Ingeniería Ambiental.
Otro ejemplo de este problema, abunda el doctor Torres, “es el consumo indiscriminado que se da a materiales de envoltura de productos no perecederos y alimentos que siguen proliferando sin que exista alguna legislación que lo regule, aun así, la gente prefiere mejores envolturas que productos sueltos. La fabricación de estas envolturas conlleva también un gran dispendio tanto energético como de solventes y otras substancias para un producto de sólo exhibición de vida útil muy corta”.
El científico de la UNAM sostiene que, “por ser un problema de cinética química básicamente, se debe continuar vigilando los compuestos químicos que se sueltan a la atmósfera. El problema se magnificó porque los CFC poseen un tiempo de vida largo. Al empezar a declinar su concentración, debido a que los diversos mecanismos de remoción ya están en el límite de su tiempo de vida, es sólo cuestión de tiempo para que esta recuperación se fortalezca”.
En consecuencia, es necesario disponer de más medidas para cuidar el equilibrio del ozono atmosférico, pues “aun cuando los nuevos propelentes de aerosoles tienen un potencial muy bajo de destrucción de la capa de ozono, la recomendación es tratar de dar un uso óptimo a este tipo de recursos; por ejemplo, debemos evitar comprar aerosoles sólo para generar ruido o para limpieza, o bien, dar un mantenimiento continuo a sistemas de refrigeración ya sea de uso doméstico, oficina o automotriz, para así evitar fugas”, concluye Ricardo Torres.
La sonda Con la fabricación de la pieza de laboratorio de química atmosférica más avanzada y precisa jamás desplegada en el espacio, la sonda Microwave Limb Sounder (MLS) vuela a bordo del satélite Aura Earth de la NASA, junto con otros tres instrumentos de medición.La MLS está diseñada para estudiar la radiación térmica natural emitida desde la extremidad de la Tierra (el borde de la atmósfera) para recopilar información y realizar mediciones de gases atmosféricos, temperatura y presión. Estos datos pueden usarse para comprender mejor las causas de los cambios en el ozono y la contaminación en la tropósfera superior. Fuente: NASA |