La liberación de CO2 a la atmósfera desde hace años está en la mira como el factor más problemático para paliar el deterioro ambiental. Diversas medidas se han tomado y otras se han descartado. Investigadores afirman que la preocupación es innecesaria: las nubes se ocuparán de todo
Por: Christopher M. García
El problema de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) ha estado presente prácticamente desde la Revolución Industrial. El auge de la producción en masa, la expansión de las fábricas y la imparable demanda de bienes y servicios son el inicio del problema climático.
Con el paso del tiempo, la industria ha crecido y su exigencia de energéticos la ha seguido en igual medida. La dependencia de los combustibles fósiles como principal fuente de energía ha traído consecuencias en distintos ámbitos sociales, económicos y productivos, ya que su quema es responsable de las mayores emisiones de CO2, causante cardinal del calentamiento.
En la industria de la refrigeración y el aire acondicionado, las iniciativas se han enfocado en el reemplazo de refrigerantes, por otros que presenten mejor interacción con el medio y efectos nocivos menores. Para tal efecto, también se han establecido estrategias para sustituir equipos viejos, que funcionaban sólo con los antiguos fluidos, por sistemas modernos que se adaptan a las exigencias vigentes.
En el campo de la electricidad, la acometida se ha realizado sobre las fuentes de energía, procurando desplazar, paso a paso, el consumo de petróleo y sus derivados, mediante el establecimiento de fuentes alternativas de energía, independientes de los fósiles. En este rubro, los avances son alentadores, aunque perviven los viejos sistemas, y la relevancia del petróleo como activo irremplazable en los negocios mundiales sigue coartando muchas propuestas efectivas.
Debido a esto, la disminución de las emisiones de dióxido de carbono no ha alcanzado los niveles esperados. Las preocupaciones de grupos ambientalistas, Gobiernos y sociedad en general continúan como motor de las iniciativas más plausibles, sin lograr avances significativos. Incluso, investigadores radicales han propuesto la intervención humana sobre el comportamiento natural del planeta para contrarrestar los inconvenientes que el calentamiento produce. En el campo se ha bajado el uso de pesticidas y las sociedades comienzan a entender cómo emplear la energía de manera más responsable.
A pesar de todo, el cambio en el clima y sus consecuencias que parecen irreversibles se mantienen a la alza, produciendo cada vez más temor y preocupación. Desde mitad del siglo pasado, los científicos argüían que era imposible pronosticar qué tan grande sería el deterioro climático, pues el comportamiento de las nubes y su reacción no pueden predecirse.
Muchos investigadores del tema comentan que en el clima actual las nubes enfrían la tierra. Las nubes bajas y densas son responsables primordiales de este efecto, gracias a que reflejan una cantidad considerable de luz solar de vuelta al espacio exterior. Por otro lado, las nubes que flotan a mayor altura y son más delgadas producen el efecto opuesto, permitiendo que los rayos que alcanzan la Tierra pasen a través de ellas e impidiendo que el calor que intenta escapar lo logre. Mencionan que, con base en la evidencia recopilada, el aumento en la temperatura hará que la cantidad de vapor acumulado en la atmósfera también se eleve, aunque el tipo y lugar donde se formarán las nubes no se sabe con certeza.
En contraste, la mayoría de los programas de cómputo más avanzados alcanzan una conclusión unívoca: es poco probable que las nubes cambien lo suficiente para expulsar el exceso de calor generado por la actividad humana. Inclusive, algunas de estas plataformas predicen que, en realidad, las nubes amplificarán la tendencia de calentamiento mediante distintos mecanismos, como la reducción en la cantidad de nubes bajas. Algunos otros programas vislumbran un efecto neutralizador a largo plazo.
Lo cierto es que la temperatura de la Tierra ha aumentado 1.4 grados desde la Revolución Industrial, la mayor parte durante las últimas cuatro décadas. Para mediados de este siglo, se prevé que la cantidad de gases de efecto invernadero en la atmósfera se duplique, comparada con lo que prevaleció en la época previa a la Revolución. Como consecuencia, se pronostica que el planeta aumentará 2 grados más, siendo conservadores; 4 si se consideran otros factores, u 8 en el peor de los escenarios.
En el caso de los polos, la temperatura podría aumentar entre 20 y 25 grados Fahrenheit, suficiente para convertir la capa de hielo de Groenlandia en agua, lo que aumentaría 6 metros el nivel de los mares.
La mayor tarea que ocupa a los investigadores es el mejoramiento de los análisis computacionales sobre la representación de las nubes para volver más exacto el rango predictivo. Precisan tener una mejor idea de la formación de las nubes a escalas microscópicas, de cómo se comportan bajo diferentes condiciones atmosféricas y de qué tan sensibles son ante temperaturas más elevadas.
En fechas recientes, se han colocado millares de radares en Oklahoma, EUA, y en otros complejos de investigación, los cuales auguran una mejor perspectiva de las entrañas de las nubes. Incluso, diversos satélites brindan datos más sobresalientes y las teorías sobre la atmósfera se están mejorando. Pero aún no se logra dilucidar cómo se comportarán las nubes en condiciones climáticas futuras, lo que convierte al casi desconocido campo de investigación sobre las nubes en uno de los más importantes de la ciencia moderna.
Uno de los investigadores más renombrados en este campo es el doctor Lindzen, del Tecnológico de Massachusetts (M.I.T.). Durante más de diez años, ha asegurado que cuando la temperatura de la superficie se incrementa, las columnas de aire húmedo que se elevan en los trópicos precipitan la mayoría de su humedad, dejando una cantidad menor que soltar en forma de hielo, el cual es responsable de la formación de las nubes altas y delgadas, conocidas como cirros. Al igual que los GEI, los cirros reducen la capacidad de enfriamiento de la Tierra y, si su número disminuye, contrarrestarían el incremento de los gases.
El doctor Lindzen llama a este comportamiento “efecto iris”, como metáfora del iris en el ojo humano, el cual se abre durante la noche para dejar entrar una mayor cantidad de luz. En este caso, el “iris” de la Tierra, que son las nubes altas, se abriría para dejar escapar una cantidad superior de calor hacia el espacio exterior.
Hace 11 años, cuando Lindzen sacó a la luz su investigación, mencionaba que sus conclusiones estaban sustentadas por información obtenida de satélites que sobrevolaban el Océano Pacífico. No obstante, no se hizo esperar una respuesta inmediata de detractores, quienes afirmaron que su método de análisis era defectuoso y que su teoría asumía posturas que eran inconsistentes con hechos reales. Además, echando mano de posturas que ellos consideraban más realistas, afirmaron que no podían verificar lo que había expuesto.
En la actualidad, la mayoría de los investigadores calificados consideran la teoría de Lindzen como desacreditada. Por supuesto, él no está de acuerdo, pero se ha encontrado con obstáculos para fundamentar su caso en la literatura científica. Hace tres años, publicó un artículo que ofrecía mayor apoyo a la afirmación de que la sensibilidad de la Tierra a los GEI era baja; pero, una vez más, otros científicos hallaron inconsistencias, incluida su falta de consideración por las inexactitudes de las mediciones satelitales.
El año pasado, intentó brindar nueva evidencia para su caso; no obstante, tras recibir críticas negativas de distintos reseñistas pertenecientes a un prestigiado diario norteamericano, decidió publicar su artículo en una revista coreana de poca monta. Lindzen atribuye sus dificultades de publicación a una suerte de pensamiento grupal entre el gremio científico, del cual afirma que su mayoría está empecinada en suprimir cualquier tipo de opinión divergente. A su vez, ellos señalan las rutinarias tergiversaciones de los trabajos de otros investigadores perpetradas por él.
Lindzen arguye que sólo es necesario esperar un poco para tener resultados visibles: “Si estoy en lo correcto, habremos ahorrado mucho dinero; si me equivoco, lo sabremos en 50 años y podremos hacer algo al respecto”, declara. Pero los demás científicos e investigadores no están dispuestos a arriesgarse. “La atmósfera podría contener tanto dióxido de carbono que un calentamiento significativo sería inevitable, y habría que aguardar miles de años para que el gas recobrase niveles normales”, mencionan algunos.
Existen investigadores que intentan encontrar atajos para obtener una respuesta expedita. Uno de ellos, el doctor Dessler, investigador del Texas A&M, empleó en fechas recientes variaciones naturales de corto plazo, como el ciclo de El Niño, para observar la reacción de las nubes ante temperaturas oceánicas mayores. Su análisis, aunque no es definitivo, mostró evidencia de que las nubes exacerbarían el calentamiento planetario a largo plazo, justo como lo han predicho diversos programas computacionales.
A pesar de todo, Lindzen mantiene su postura. Durante las diferentes presentaciones de su teoría, emplea el “efecto iris” como principal sustento para explicar cómo las nubes se desharán del calor sobrante que aqueja a la Tierra, y argumenta que azuzar a la comunidad no científica a no cuestionar lo que sucede ni las propuestas antagonistas “es anticientífico”.
Entre los expertos que más han sido agraviados por la postura de Lindzen, están muchos de sus colegas en el departamento de ciencias atmosféricas del M.I.T., quienes alguna vez fueron tan escépticos como él con respecto al cambio climático. “Es sólo que sería sumamente antiprofesional e irresponsable observar esta teoría y decir, ‘estamos seguros de que no es un problema’”, comenta Kerry A. Emanuel, también investigador del M.I.T. “Representa un tipo de riesgo muy especial, porque se trata de un riesgo para la civilización entera”.