Según el último informe Unidos en la Ciencia, elaborado por la OMM, el cambio climático es más grave de lo que se estimaba. ¿Es posible mitigar el fenómeno antes de sobrepasar el umbral de los 1-2 ºC de calentamiento global para fin de siglo?
Ricardo Donato
“Y cuando la humanidad despertó, el cambio climático todavía estaba allí”. Esta sentencia bien puede resumir el despertar de la conciencia humana ante la realidad y crisis incontestable –aunque todavía minimizada por importantes líderes globales– del calentamiento global.
El último informe Unidos en la Ciencia, elaborado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), dado a conocer en septiembre pasado en la Cumbre de Acción Climática 2019 de la ONU, evidencia que el fenómeno es más preocupante de lo que se estimaba.
Durante el periodo 2015-2019, advierte la investigación, se ha registrado un aumento en las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y en la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero (GEI) de larga duración, con tasas de crecimiento de hasta un 20 por ciento más elevadas, en comparación con el intervalo 2011-2015.
Probablemente, será el quinquenio más cálido jamás registrado por la ciencia, concluye la OMM, con una temperatura media global de 1.1 °C por encima de los tiempos preindustriales (1850–1900), y de 0.2 ºC, con relación al periodo anterior de 2011-2015.
El “todavía estaba allí” tampoco es gratuito, porque el desequilibrio ecológico se ha gestado desde hace tiempo, y va ligado al progreso económico-industrial de la civilización moderna. Es decir, la energía utilizada en los procesos de industrialización de las sociedades ha implicado también un residuo: miles de millones de toneladas de C02 arrojadas a la atmósfera, que no pueden ser asimiladas por los ciclos naturales del clima.
Neil Kaye, un científico de datos climáticos del Servicio Meteorológico Nacional del Reino Unido, ha dado la cifra: desde 1751, el acumulado total de emisiones producto de la quema de combustibles fósiles es de cerca de 400 mil millones de toneladas de dióxido de carbono (MtCO2), divididos en cuatro periodos: 1751-1967 (39,300 MtCO2), 1968-1990 (78,700 MtCO2), 1991-2006 (118,000 MtCO2) y 2007-2018 (157,300 MtCO2). Cabe destacar que el aumento más grande se da justamente durante los dos últimos periodos de la historia: 275.3 mil millones de toneladas de CO2 entre 1991-2018 (Figura 1).
Figura 1. Total acumulado de emisiones globales de CO2 de combustible fósil desde 1751 (mostrando cuatro períodos de emisiones iguales). Fuente: Carbon Dioxide Information Analysis Center y Global Carbon Project.
La correlación entre los procesos de modernización, crecimiento económico y cambio climático salta a la vista. En el capítulo La industria y la agricultura a gran escala, del tomo 1 de El Capital, Karl Marx hizo notar que existe un metabolismo particular en la interacción o intercambio de materia-energía entre la sociedad y la naturaleza; esta interacción, por cierto, puede ser armónica (sostenible) o destructiva.
En el modelo de producción industrial capitalista, la interacción es sumamente destructiva, puesto que introduce lo que Marx llama una “fractura metabólica”, es decir, un desbalance en la explotación/manipulación instrumental de los recursos de la Tierra a través del trabajo humano para producir bienes, mercancías y artefactos, sin ninguna otra finalidad que la rentabilidad económica.
El capital, producto del trabajo y la naturaleza enajenados, se acumula en un puñado de personas –hoy, el 1 por ciento de la humanidad acapara el 82 por ciento de la riqueza mundial, según datos de Oxfam–, mientras que el progreso técnico-industrial permite la expansión de grandes ciudades que consumen enormes cantidades de energía (agua, electricidad, gas, alimentos) –para 2050, el 70 por ciento de la humanidad vivirá en núcleos urbanos–.
La interacción es destructiva, porque se explotan y toman más recursos de los que pueden restituirse para mantener los ciclos naturales del suelo y el clima. Al contrario, lo que retorna al medioambiente es el puro resto negativo: basura, deshechos y emisiones contaminantes.
¿Sorprende, entonces, que las economías más ricas e industrializadas del mundo sean las que más contribuyen al calentamiento global año con año? De acuerdo con el Atlas Global de Carbono, tan sólo en 2017, China y Estados Unidos fueron responsables del 41.8 por ciento del total global de emisiones (36 mil MtCO2, un récord por sí solo), con 5 mil 270 MtCO2 (27.2 por ciento) y 9 mil 839 MtCO2 (14.6 por ciento), respectivamente. México, el undécimo emisor global, contribuye con el 1.4 por ciento (Figura 2).
Así, el informe de la OMM alerta que el cambio climático avanza, y lo hace a un ritmo más acelerado de lo previsto. Sus indicios y efectos se manifiestan en un cúmulo de fenómenos meteorológicos extremos: entre 2015 y 2019 se registraron los cuatro valores más bajos para la extensión del hielo marino en el Ártico durante el invierno; el aumento medio global del nivel del mar se aceleró de 3.04 mm por año (1997–2006) a 4mm (2007–2016); se presentó un incremento de un 26 por ciento en la acidez de los océanos con respecto a la era preindustrial y niveles récords en la acumulación de los principales GEI de larga duración en la atmósfera: dióxido de carbono, metano (CH4) y óxido nitroso (N2O).
Más preocupante fue la concentración global de C02: 407.8 partes por millón (ppm) en 2018, 2.2 ppm más que en 2017; asimismo, los datos preliminares de un conjunto de sitios de monitoreo de GEI indican que, para finales de 2019, las concentraciones de C02 están en camino de superar las 410 ppm.
La OMM subraya que la última vez que la atmósfera de la Tierra registró 400 ppm de CO2 fue hace 3-5 millones de años, cuando la temperatura media global de la superficie era de 2 a 3 ºC más cálida que hoy, lo que derritió el hielo de Groenlandia y parte del hielo de la Antártida, y provocó un aumento en el nivel del mar de 10 a 20 metros, en comparación con el actual.
La ciencia, pues, ha encendido las alarmas, y organizaciones y figuras del activismo ecológico mundial de nuestro tiempo, desde Al Gore a Greta Thunberg, no se equivocan en su llamado a los gobiernos del mundo a tomar acciones más agresivas y contundentes para mitigar el fenómeno.
La última de las paradas del año para impulsar medidas capaces de corregir este desequilibrio ecológico es la vigésima quinta Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático (COP25), auspiciada por la ONU, que, en esta ocasión, se llevará a cabo del 2 al 13 de diciembre en Chile.
Bajo el lema “Tiempo de actuar”, representantes de 197 países de la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático negociarán el reglamento que determina la aplicación del Acuerdo de París. El tratado entrará en vigor en 2020, y tiene como objetivos mantener el aumento de la temperatura global “muy por debajo” de los 2 ºC, con respecto a los niveles preindustriales, así como la reducción sustancial de emisiones con la finalidad de lograr la neutralidad de carbono para 2050.
La “ciencia no es negociable”, ha dicho Carolina Schmidt, ministra de Medio Ambiente y presidenta de la COP25, en alusión al discurso que niega la evidencia del cambio climático. Y es que, aunque un calentamiento de 1-2 ºC parecería poco, un leve aumento podría marcar la diferencia entre un clima próspero para la reproducción de la vida en la Tierra o, por el contrario, uno hostil. Una vez superado ese umbral, la “fractura metabólica” será cada vez más difícil de enmendar.