Hace años, la discusión sobre el cambio climático se daba en una oposición binaria: el ser humano era responsable de la crisis o no lo era.
Ahora, dos tipos de evidencias han movido la discusión hacia otro terreno. El IPCC ha mostrado, a través de rigurosos estudios, que el cambio climático es una consecuencia directa de la actividad humana. Esta evidencia parece ya arrojar un consenso.
La segunda evidencia es un golpe seco de realidad a los negacionistas, pero sobre todo para las personas que están sufriendo las consecuencias: olas de calor extremas y sin precedentes en varias regiones del planeta, sequías impensables, monzones, que en Pakistán fueron calificados por António Guterres, secretario General de la ONU, como “monzones con esteroides”.
Estos tres síntomas de la crisis climática, entre otros muchos más, ya han matado a miles de personas y provocado el desplazamiento sistemático de cientos de miles, acontecimiento que ha derivado en otra crisis: la humanitaria.
Sin embargo, y a pesar de todo tipo de pruebas, hemos cambiado la discusión, o la conversación, por otra que no parece tener el rigor que la urgencia amerita. Nos hemos rendido ante conceptos como la resiliencia, a buscar soluciones paliativas. Somos la homeopatía del clima.
Quizá el principal enemigo nunca fueron los negacionistas. Ellos han perdido la batalla ante la realidad que no puede barrerse bajo la alfombra. Parece ser que nada ha cambiado. Al contrario, la cantidad de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzó las 420.99 partes por millón, un nuevo récord respecto del mismo periodo del 2021, es decir, 1.8 por ciento más, así como un 50 por ciento más que en la era preindustrial.
Ni la otra crisis más reciente, la del covid-19 y su consecuente baja productividad en la economía cambió algo en forma alguna, por mucho que se celebrara que cisnes o delfines regresaran a los canales de Venecia, o elefantes deambularan en Yunnan, China. Luego, fue evidente que lo viral de estas historias en el mundo virtual eran fake news, que reflejaban el deseo de la gente por las buenas noticias.
Y así, mientras discutíamos sobre qué nubes bombardear, cuántos autos eléctricos producir para cambiar la realidad, y si las energías renovables eran el Santo Grial, sobrevino una guerra. Y con ello vino otro tipo de bomba: el país del que todos hablaban por ser un paradigma en renovables, Alemania, regresó al carbón. Y la discusión ha vuelto a cambiar.